Fue el último en nacer. Se
le habían anticipado dos hermanos, Manuel y Pepe y una hermana, Maruja. También
ésta le ha precedido en la hora de la muerte.
Me duele escribir de ellos.
Eran más que amigos. Casi como de familia. Vivían en un piso de la planta
principal de una construcción de tres y azotea, con fachada abierta en un
hermoso cierro a la calle Miguel Cid. La que lleva el nombre del autor de las
coplas a la Inmaculada. Y nosotros, los Garrido, en una casita casi enfrente.
Entre un edificio y otro,
sobre los adoquines encajados a duras penas por los canteros, jugábamos al
fútbol con pelotas de papel y trapos viejos atadas con cuerdas en aquella ciudad
provinciana de la postguerra civil.
Su padre, Manuel Ortiz
Sánchez-Pozuelo, era oficial del Ejército, destinado en Oficinas Militares como
taquígrafo, que alargaba su horario laboral echando las tardes y casi las
noches en la redacción de ABC en la que tomaba velozmente, con los cabalísticos
signos de la taquigrafía, las crónicas que llegaban por teléfono de
corresponsales, críticos y enviados especiales.
Era un profesional de muy
alta cualificación, que había estado en el madrileño Teatro de la Comedia
copiando el discurso de José Antonio Primo de Rivera fundando la Falange y
gozaba de gran prestigio que él se cuidaba de mantener en continuas
ejercitaciones. No se me olvida su imagen, oyendo en la radio a Matías Prats
transmitiendo un partido, en la salita biblioteca de su vivienda, con un mazo
de folios de papel en sus rodillas y una batería de lápices afilados por los
dos extremos captando la narración del locutor sin que se le fuera una sola
palabra.
Nani ha muerto. Estaba mal,
me dicen. Desde chico maleaba. Padeció una afección que le fue deteriorando su
nivel auditivo contra cuya progresión no pudieron ni médicos ni medicamentos a
pesar de los desvelos de sus padres. Terminó sordo, pero supo aceptar con una
filosofía personal y un suave humor irrepetibles las limitaciones de su sordera.
Poeta exquisito desde su
adolescencia formado, en principio, con incansables lecturas de los libros que
existían en la biblioteca familiar en cuyos anaqueles se cuidaba, creo recordar
que íntegramente, la colección Austral de Espasa Calpe, los críticos lo han
comparado con Cernuda y Rafael Montesinos, pero no se acomodó como ellos a
vivir fuera de los límites de la ciudad que le vio nacer y regresó desde Madrid donde había encontrado trabajo en
el departamento de administración de Radio Nacional permaneciendo en ella para
siempre.
En la doble página que le ha
dedicado ABC, el periódico donde trabajó su padre, Javier Salvago escribe: “No
hay poetas en el mundo con la vocación de Fernando Ortiz. Para él la poesía era
lo más importante de su vida”
Me parece un epitafio
excelente.
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