martes, 21 de enero de 2014

Y ENCIMA LA CARTITA


¡Qué grande es ser grande cuando se es grande de verdad! Y qué reducida queda la pretendida grandeza cuando hay que compartirla con cuatro añadidos.

De los matadores de toros que hoy se creen grandes y han firmado la papela esa del motín contra Canorea and company tres casi sobran y de los dos que quedan, de verdad de verdad, los aficionados conspicuos se reservan uno y medio. Pero vamos a poner dos. Uno de ellos, tal vez con subterráneos deseos de abandono, ha escrito una cartita cuyo análisis no tiene desperdicio, pero en el que no voy a entrar porque lo que pretendo es volcar el cañón de luz del escenario sobre un par de páginas de oro.

La historia describe los comportamientos de dos relucientes estrellas de la tauromaquia de su tiempo que también padecieron incomprensiones y enfrentamientos con la empresa del coso del Baratillo. A ninguno se le ocurrió comprometer a cuatro compañeros más. Porque los dos rezumaban grandeza por todos sus taurinísimos poros. Uno se hizo una plaza para él solito. Se llamaba Joselito el Gallo. Otro se convirtió en protagonista sin parangón en un festejo mayor clavando vestido con traje de calle y sin quitarse siquiera el sombrero ancho, tres pares antológicos de banderillas. Figuraba en los carteles con nombre y apellidos, Ignacio Sánchez Mejía.

El menor de los Gallos con el industrial de Dos Hermanas José Julio Lissen Hidalgo, harto de enfrentamientos con el gerente de la Maestranza, se levantó la plaza de toros Monumental para torear en Sevilla cuando le viniera en ganas.

Ignacio fue excluido de los carteles de feria de 1925 en represalia del mismo  empresario, José Salgueiro,  por pretender el torero como presidente de la Asociación de matadores, que estos no tuvieran que someterse al límite crematístico de siete mil pesetas por corrida que auspiciaban los rectores de las plazas más importantes.

Salgueiro, al que también se le desbocaban las palabras como otro empresario que conocemos, llegó a decir: “Sanchez Mejía no pisa más el albero de la plaza sevillana mientras yo sea su empresario” A lo que el aludido cuando se enteró dicen que contestó: “Ya lo veremos”

¡Y vaya si fue así El 21 de abril de 1925 correctamente vestido como estaba en primera fila de barrera presenciando la corrida en la que intervenían Juan Luis de la Rosa, Chicuelo, Litri y Martín Agüero saltó al ruedo y le puso al último toro tres pares en lo alto de auténtico clamor.

Al retirarse pasó por delante del burladero de callejón donde estaba el empresario y le oyeron decir “¿Lo ha visto, don José?... Piso el ruedo de la Maestranza y toreo en ella cuando a mí me da la gana, no cuando lo dice usted”


Manzanares ha escrito una cartita.

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