Hubo un tiempo en que se prohibían algunas lecturas.
Existía hasta un Índice de libros vedados al conocimiento del curioso lector,
cosa que hoy nos parece el colmo de la injerencia del poder civil sustentado
por el religioso.
En la época que vivimos, afortunadamente, han cambiado
las cosas, pero continúa el secuestro de obras escritas. El buen paño en el
arca se vende, decían los antiguos. Hoy, como tantas frases acuñadas en el
pasado, ésta carece de virtualidad. El buen paño no se vende como no se exponga
en una vitrina, se asome en un escaparate y sea movido, fotografiado, filmado y
ofrecido por un equipo convincente de vendedores poseedores de los secretos del
marketing, palabreja extraña, acuñada allende los mares, que ha tomado carta de
ciudadanía por aquí para vestir de exotismo lo que siempre se distinguió como
comercialización.
El mundo de las obras impresas conoce mucho de sus bienes
y se duele en igual medida de sus carencias. Han quedado parcialmente obsoletas
las gestiones, otrora ineludibles, de los agentes vendedores a quienes la
actualidad supera a golpes de internet y galopes de smartphones.
Los libros
recién impresos por las editoriales poderosas invasoras de mostradores y
estanterías a través de las conquistas de un invencible ejército distribuidor
aparecen hasta en los anaqueles de los surtidores de gasolina. Los otros, los
que solo encontraron la comprensión de las editoras pequeñitas suelen mostrarse
en los actos sociales de presentación entre croquetas y cañas de cerveza y
luego van desapareciendo del mercado difuminándose como invitados pobres de las
galas sociales.
El escritor que habrá estampado su firma al pie de un
complejo documento de cesión de derechos por diez años, a cambio de un pírrico
estipendio del diez por ciento del precio de cada ejemplar vendido, descontado
el IVA, comprobará aturdido que su obra se ha esfumado de las librerías y
permanece secuestrada en las pomposas relaciones del catálogo de ediciones de
la editorial.
Habrá que recoger un día los títulos de estos trabajos y
sacarlos de la sordidez de su encierro como muestra de que en el ámbito de la
cultura del siglo veintiuno aun existen los libros prohibidos y sus
secuestradores se pasean entre nuevas presentaciones con absoluta impunidad.
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