Aunque uno, antes de internarse por entero en los
vericuetos del periodismo, se atrevió a intentar desentrañar los misterios de
la economía, hoy debe reconocer que por muchas vueltas que les dio a los
tratados de los más sesudos estudiosos de la materia, siempre fue consciente de
su ignorancia.
No estaba solo. A la mayoría de mis condiscípulos les
sucedía otro tanto y al catedrático de la asignatura que se denominaba “Banca y
bolsa” parecía darle lo mismo ocho que ochenta y cuando nos ponía un examen se
dedicaba a leer el “Ya” que era un periódico sábana de la época que solía abrir
cubriéndose pudorosamente cualquier ángulo de visión.
La operativa bancaria importante del país se
circunscribía entonces a tres entidades, el Banco Central, el Banesto y el
Hispano. Había otras, el Banco Andalucía, el Banco de Granada, el Coca… el
Santander…
Este último aparecía tan vulnerable en el convulso mundo
de las finanzas como los que le han precedido en la anterior relación. Pero
atesoraba una diferencia con ellos: que sus destinos los regía un hombre Emilio Botín. Un banquero distinto (su memoria no
merece que le llamemos bancario, porque era mucho más). Preparado, con ambición,
intuitivo y valeroso.
Como es sabido ha muerto inesperadamente. Cuando se ha
ido, ninguno de los bancos recordados atrás existe ya. Y al Hispano que en
realidad se denomina Banco Santander, Central, Hispano, todos lo conocen como
Banco Santander.
Su apellido Botín, que lleva su hija y heredera, termina
en ene y en i. No es NI,NI, sino al revés.
Las autoridades de la materia nos advierten estos días
que en nuestro país aumentan los “Ni, nis”, los jóvenes que ni trabajan ni
estudian. Hay que invertir el orden de las letras. Aquí serán, sin duda, letras
de cambio.
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