Los festejos de septiembre y el del Día del Pilar.
Siempre han sido los carteles postreros de la temporada en la Maestranza. Las
corridas de la perdida feria que tomaba el nombre del mes y la del doce de
octubre a las que solía añadirse algún festival que otro.
Son odiosas las comparaciones y no hay por qué traerlas
aquí. Pero echa uno la vista atrás y se le desvela la nostalgia.
Sin retrasar el reloj más allá de la frontera de los
ochenta que fue un año singular taurinamente hablando para el toreo mejicano y
español, la crónica se abre en dorados capítulos irrepetibles. El primero, el
auténtico acontecimiento que supuso el festival que organizó la Cadena SER para
el que vino expresamente desde Méjico el genial Calesero, al que el recordado
Filiberto Mira, crítico taurino de la emisora de Sevilla y motor esencial del
evento llamaba el poeta del toreo.
Se celebró el 18 de octubre lidiándose reses de Juan
Pedro Domecq por el veterano diestro azteca, Manolo Vázquez que entonces
decidió volver, Curro Romero, Manzanares, padre, naturalmente, que cortó dos
orejas, Tomás Campuzano y Manolito Tirado que también tocó pelo. Y todos ellos
fueron precedidos por Alvaro Domecq Romero que rejoneó un ejemplar de
Bohórquez.
Década singular la de estos años con Espartaco y Ojeda
comandando el escalafón. En la del doce de octubre del ochenta y dos el de Sanlúcar,
único espada para siete toros, cortó cuatro orejas.
No hace mucho recordaba yo esta gesta a su protagonista
en la Bodega del Bolero en Villamanrique de la Condesa y lo que siento es no
poder hacer lo mismo con el histórico matador mejicano fluido conversador de
anécdotas y sucedidos que me apresuré a inmortalizar en cine con una filmadora
doméstica Super ocho de la que me servía entonces.
Un día trataré de pasar estas películas a DVD.
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