Lo que se de
la suerte de varas se lo debo a José Márquez, picador de Villamanrique de la
Condesa, conocedor como pocos del toro bravo y el primero de los partidarios
que tuvo su hermano Pascual, muerto trágicamente en el ruedo de la plaza
madrileña de las Ventas, al que va a dedicar un programa de actos organizados
con motivo del centenario de su nacimiento el Ayuntamiento de su pueblo.
“Las Ventas
de los vientos” repetía machaconamente Joaquín Jesús Gordillo, el crítico y
comentarista taurino malagueño, no ha mucho fallecido, cuando describía algún
festejo en la Uno de Televisión Española, antes de que se viniese a Canal Sur.
Y los
vientos fueron los que ayudaron al cornúpeta asesino de Concha y Sierra a
terminar con la vida del arrojado lidiador manriqueño infiriéndole una cornada
que, andando el tiempo, dicen quienes guardan cuidadosa memoria de estos hechos
luctuosos, tuvo desgraciada repetición en la cogida mortal de El Yiyo.
No hubiera
ocurrido así probablemente de no haber mediado la complicidad del traicionero
enemigo de los toreros. Pascual conocía perfectamente ese encaste. En la Bodega
del Bolero del pueblo que es cuna de la devoción rociera, los viejos del lugar
recuerdan todavía con la frescura memorística de un suceso reciente las
correrías nocturnas de aquel desmedrado novillero, hijo de uno de los vaqueros
del ganado bravo que pastaba en la Dehesa de La Marmoleja, cuando saltaba la gavia por las noches y se
enfrentaba a los cinqueños probando su valor.
Uno de estos
ancianos, sentencioso y sabio, hace ya tiempo, me narraba entusiasmado la
mañana de la sorpresa que vivieron los caballistas cuando penetraron en el
cerrado donde se había apartado uno de los ejemplares mejor plantados de aquel
hierro legendario y se encontraron con que a uno de sus pitones durante la
madrugada alguien le había amarrado un pañuelo. Pronto lo reconocieron. Era el
de hierba, a cuadros blancos y negros que Pascual solía anudarse al cuello.
A José se le
anublaban los ojos cuando recordaba estas cosas y se zambullía en uno
cualquiera de los bares del Arenal arrastrando un poco la pierna derecha como
si hubiera olvidado quitarse el hierro de picar.
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