Se está generalmente de acuerdo en que el Pregón es una pieza escénica que, en el género de la oratoria, dispone de elementos privativos que la distinguen de la forense, de la religiosa y de la parlamentaria. Es, pues, una oratoria distinta que requiere para manifestarse el ámbito acogedor y sugerente de una sala teatral.
Pero ofrece además otro aspecto diferenciador que el orador advierte y que incluso puede sumergirle en una ola pasajera de tristeza que mojará de amargura el final de su actuación que, por estricta observancia a la norma acostumbrada, debe enmarcarse en una cadena de sonoras muestras aprobatorias.
El último aplauso siempre es el más significativo para todo pregonero. Vibra con resonancias de alegría, pero en su corazón despierta ecos de tristeza.Porque lo está recibiendo y es consciente, en ese preciso momento, de que no habrá de oírlo nunca más. Que no dirá otra vez el Pregón de la Semana Santa de Sevilla. Que, cuando ha apretado el broche de las dos palabras últimas, con el “He dicho”, ha terminado ya para él siempre su pregón.
Atrás quedan las horas intensas, los momentos de zozobra y duda, la autocirujía voluntaria para suprimir del texto algunas páginas que lo alargan desbordando el tiempo concedido… las lecturas para intentar memorizarlo… todo un ciclo de trabajo minucioso y oculto en eso que Morales Padrón denominara “el taller del pregonero”.
Cae el telón y ya no habrá de subir más para una nueva representación. Y mañana no habrá ninguna. Y ni saldrá de gira para mostrar su obra en otros teatros y recibir esos nuevos aplausos que habrán de quedarse sin estreno.
Toda esa rica experiencia que se adquiere, recibiéndola a borbotones, mientras el Pregón se está diciendo carecerá de utilidad práctica posterior. Ni podrá sugerirse el silencio suavizando casi hasta el susurro el tono de algunas palabras ni provocarse el aplauso subiéndolo incontenible como el chorro de un surtidor en las líneas finales de los versos.
Pero el torbellino de los acontecimientos que se desatan apenas el eco de las palmas se desvanece entre los murmullos del público que abandona la sala, impide que el pregonero se detenga en la congoja.Pronto le llevan como en volandas al interior del escenario donde le aguarda una cadena de abrazos impacientes y enhorabuenas que inician las autoridades que han presidido la ceremonia y se prolongan en una larga hilera en la que se agolpan familiares, amigos, hermanos de las cofradías a las que pertenece y gente diversa y variopinta que a veces resume su impresión en palabras tan hermosas que luego lamentará no recordar.
El aplauso, sí.Lo recordará siempre porque no habrá otro como él. El último aplauso del Pregón. El último.
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(Publicado hoy en La razón)
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