El prolongado secuestro del atunero Alakrana parece haber resucitado en algunos el entretenimiento perdido en el dernier siecle de la estrategia de café.
Allá por el decurso de la primera quincena del siglo diecinueve, sobre la pulida superficie de los mármoles de los casinos, todos los que entretenían sus ocios en especulaciones sobre la actualidad, a falta de fichajes futbolísticos millonarios o televisivas especulaciones morbosas de Javier Vázquez, aportaban sugerencias para resolver de un plumazo cualquier conflicto bélico.
Y, como el tiempo aquel era pródigo en contiendas, de aquí la primera guerra mundial, material sobrado tenían para sus esfuerzos.
Con nuestro atunero (¿nuestro… de verdad?) está reverdeciendo este juego. Si se oye a estos estrategas, cuando caían desde el avión de nuestra Fuerzas desarmadas los fajos de billetes y los piratas se los disputaban a codazos sobre la cubierta de la nave, se desaprovechó un momento crucial para haber acabado con ellos.
Y más cuando salieron pitando hacia la costa, borrachitos perdidos de triunfo psicológico y fajos brillantes de dólares de curso legal.
No ha sido así y el silencio sigue cayendo como una losa tapando vergüenzas y maquillando incompetencias que disparan las habladurías y desbordan los interrogantes: ¿Por qué no se pagó al principio?... ¿Si el barco es privado, pertenece a una compañía privada, y a ningún españolito pagache se nos ha consultado si debe ir al Indico o no, por qué se nos obliga a resolver sus problemas?... ¿Con qué otros pescadores, pongamos de Barbate, han repartido estos de Bermeo,dueños del Alakrane los beneficios que hasta ahora han venido consiguiendo de las pescas anteriores?...
El largo y penitente toque de silencio se extiende sobre las preguntas imprudentes. Silencio… silencio.
Lo malo vendrá cuando la trompeta sea callada por el jolgorio que puedan levantar los cuatro y cinco seguratas, antiguos vigilantes de Carrefour, cuando se enfrenten con un esquife filibustero y se merienden a todos los piratas.
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