Ya ha tenido lugar ese acto entrañable y sevillanísimo de la entrega de las tapas al pregonero en el curso de una cena que se celebra en el Bar Manolo, en la vera de Triana, pero acabado de pasar el puente o sea entre la ciudad y su barrio guarda y collación.
He visto las fotos en el ABC. Un sonriente y feliz Antonio Garcia Barbeito con la primorosa obra de orfebrería en sus manos rodeado de rostros igualmente satisfechos y con toda posibilidad secretamente expectantes.
Lo digo porque la reunión convocada con la finalidad que se desprende del párrafo anterior, guarda otra intención: saber qué está haciendo el que un día, de alborozo y esperanza, fue designado para cantar la Semana Mayor.
Es un procedimiento oculto que guardan los cofrades sevillanos para satisfacer su curiosidad y, a la chita callando, echar su cuarto a espadas y colaborar en lo que pueda depender de ellos al éxito rotundo del acto.
De aquí que, con ser importante la entrega considerada en sí misma, aun lo son más los discursos que en la sobremesa se pronuncian. Habla el pregonero non nato que lo hace dos veces, cuando recibe las tapas y al final y hablan los demás.
Si el orador es largo y despabilado es posible que recoja insinuaciones y sugerencias que le pueden venir muy bien. Si los pregoneros veteranos y el resto de los cofrades que tomen la palabra lo consideran oportuno abrirán la caja de caudales de sus experiencias y las vestirán de palabras que pueden alargar la noche.
Barbeito no necesita examen. En el escaparate de su columna del periódico de las tres letras vuelca todos los días su sensibilidad y su inteligencia. Dominador de metáforas y comparaciones como para hacer no un pregón sino un voluminoso libro lleno de ellos con florida y exquisita literatura filtrada por el crisol de Andalucía, y con una voz personalísima, su nombre reluce en el cartel del domingo de pasión.
Estoy viendo que me voy a quedar sin entradas.
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