miércoles, 7 de abril de 2010

La desarmá.

La fugacidad del tiempo es una constante en la vida del cofrade. Quiero decir que los días se van volando y que, como clamaba Lola Flores con eco antiguo de lamento gitano,”compare cómo juye la vía”.

A la semana siguiente de los siete días del gozo semanasantero todo se escribe con las letras nostálgicas del ayer perdido y ya lo único que cuenta son los días que faltan para un nuevo Domingo de Ramos.

Pero hay algo que permanece en la existencia real de una cofradía y es su vida misma, su actividad continuada e incansable de los trescientos sesenta y cinco días del año multiplicada en sus cometidos culturales, caritativos y sociales y en un repetido limpiar y guardar que son el prólogo remoto e insustituible de la conmemoración siguiente.

Los cofrades históricos denominaron a este ciclo “la desarmá”.

En “la desarmá” se desmontan los pasos, se limpian los candeleros, se envuelve cuidadosamente lo que ha de ser guardado y se apresta con decoro y mimo lo que va a continuar expuesto en esas admirables vitrinas encristaladas en las que las corporaciones exhiben todos los días del año las sayas de la Virgen, sus mantos, sus insignias bordadas y cuantos elementos procesionales acumulan méritos sobrados para mostrarse en ese derroche de arte y devoción que se expone en las casas de hermandad.

La “desarmá” es el fiel de la calidad cofrade. El termómetro que mide su temperatura de creyente a través del camino de las cofradías. La cinta métrica de su altura como partícipe de ese movimiento antiguo que todos los años se deja confundir con la corriente falsa del capirotero.

Trabajarán consumiendo sus horas libres los priostes desprendiendo la cera que sus predecesores eliminaban artesanalmente con la ayuda actual del aire caliente de las secadoras portátiles… se entregarán las cuadrillas de costaleros hermanos al protagonismo gris de las nuevas noches porteando los pasos tapados como gigantescos pianos de cola hasta los almacenes donde dormirán la espera larga de su nuevo esplendor público como altares en movimiento… pero la hermandad seguirá respirando desde sus bolsas de caridad, sus labores sociales o sus cultos internos.

La “desarmá” es un capítulo más, pero ineludible, de la existencia desconocida por muchos de las hermandades de penitencia.

3 comentarios:

Moe de Triana dijo...

Pasó de largo a paso de mudá para volver junto a nosotros andando sobre los pies cuando lo ordene la primavera de un nuevo año...


Y volverán a pasar los días y volveremos a estar pendientes del calendario contando los meses que faltan para el esperado reencuentro; ya que por una sóla semana vivimos en una eterna espera.

Un saludaso y espero que la haya disfrutado enormemente.

Julio Mod. dijo...

¿Cual es la mejor Semana Santa, la vivida o la que guardamos en nuestro recuerdo? Cuando visitamos a nuestros titulares en su capillas, a veces solos y entonces tan cercanos...también es Semana Santa, y los tenemos ahí todo el año.

Me alegro verle por la Magdalena, el día del traslado.

Saludos cordiales maestro.

José Luis Garrido Bustamante dijo...

De acuerdo MOE.
Gracias Sibelius.
Para ambos mi afecto cada vez más crecido.