Sustento una opinión que reitero y expongo abiertamente y sin miedo, que ya se califica por si sola de inocua cuando circula tan confiada como una conductora abstemia por un control de alcoholemia en esta España crispada en la que, por una mera opinión nimia divergente de la que pueda sustentar cualquiera de los energúmenos que pululan por doquier, podemos sufrir una agresión a puñetazos, patadas o arma blanca.
La opinión es que el nivel áureo lo alcanza un torero cuando, desde el lugar de su nacimiento o residencia hasta los puntos más singulares de su periplo por los cosos taurinos, se van creando peñas y círculos culturales con su nombre.
Estos hitos son los que jalonan una trayectoria de triunfos. La peña de un torero es el resultado inmediato de su pirámide de éxitos y se convierte durante el invierno en el espejo inmóvil de su campaña.
Esto siempre funcionó así. Desde las épocas que se difuminan en el olvido cuando el fútbol no existía y las masas llenaban los graderíos de las plazas. Durante esos años en que las carreteras eran paisajes lunares que recorrían por las noches aquellos vetustos automóviles en cuyo interior intentaban reponerse del cansancio y la tensión los hombres de las cuadrillas durmiendo arracimados apoyando las cabezas en minúsculas almohadas que cabían en las cajas de las monteras.
Mucho ha cambiado la fiesta desde entonces. Hoy los toreros viajan en esos coloristas minibuses que se aparcan en las puertas de los cosos destacando con sus llamativos rótulos el nombre del espada, en los que todos duermen en literas y gozan del aire acondicionado. Siempre juntos. El matador y sus hombres. Y así se alojarán en los hoteles. Nada de cinco estrellas para el matador y un hotelucho de tercera para la cuadrilla. Apañada estaría la figura, acusada públicamente de explotadora, si tal hiciera.
El reloj corre en esa dirección. Aunque todavía queden aspectos por corregir como la disparidad de emolumentos entre los dos banderilleros que protagonizan el segundo tercio y el tercero que suele cobrar menos aunque clava también dos pares,uno en cada toro, y se responsabiliza de la puntilla. Con lo trascendente que suele ser su misión de atronar al animal vencido de lo que dependen muchas veces las orejas.
De esto se habla en las peñas que, por si fuera poco, van creciendo como museos con fotos, pinturas y trofeos cedidos por el torero. Reductos de cultura y depurada afición que las figuras inteligentes cuidan como las niñas de sus ojos. Poco les queda de vivir de recuerdos. La temporada 2010 esta a la vuelta de la esquina. Allí donde puede estar pegado el cartel de los cachitos en el que la Maestranza no se ve por parte alguna.
1 comentario:
Buenos días José Luis,
Estamos organizando una campaña de comunicación para un producto educativo en Andalucía. Si le interesa, nos gustaría tener su contacto de e-mail para enviarle información al respecto.
Un saludo,
Laura Tuero
laura@tuatupr.com
Publicar un comentario