Como resulta que Papa Noel no nació en el portal de Belén ni a los tres Reyes Magos se los inventó un dibujante publicitario conviene en el día de hoy refrescar los antiguos conocimientos que en el mundo cultural de los miembros y las miembras se van olvidando progresivamente.
José Javier Esparza ha publicado en la página web de la COPE un interesante artículo sobre su origen histórico, basado en tres fuentes documentales. Una, legendaria, el libro de los reyes magos de Juan de Hildesheim,publicado hacia 1370. Otra, mística, las Visiones de Anna Katherina Emmerich,de finales del s. XVIII. Y la tercera, académica, el imprescindible tratado de Franco Cardini, Los Reyes Magos,del año 2000.
Se lo voy a resumir a mis nietos y, tomando para ello los párrafos más destacables, les voy a decir que desde mucho antes de la aparición de Cristo, varias generaciones de sabios escrutaron el horizonte para verificar la profecía de su nacimiento vinculada a una estrella que anunciaría el lugar. Tales observaciones se efectuaban desde una alta montaña que la tradición conoce como Vaus o Victoriales, en el confín occidental de la India. Probablemente se trata del monte Zard Küh, de 4.548 m., en Irán, la cumbre más alta de los Montes Zagros. En esta cumbre confluían tres reyes, o tres magos, o tres magos de estirpe real.
Uno, Teokeno, luego llamado Melchor, vivía en Media, la tierra de los medos, a orillas del Caspio, quizás al sur del actual Turkmenistán. El segundo, Mensor, luego llamado Gaspar, de estirpe caldea, gobernaba las islas del Eúfrates, tal vez en la actual frontera entre Irán e Irak. El tercero, Sair, luego llamado Baltasar, venía aún más del sur, quizá de lo que hoy es Kuwait, al sur del lago de Basora. A Melchor se le supone un origen indio; a Gaspar, persa; a Baltasar, árabe.
Los magos vieron la estrella. Y se pusieron en camino. Gaspar y Baltasar estaban juntos en el momento de divisar la luz, así que emprendieron unidos la ruta. Hay que imaginar el largo y vistoso séquito de sirvientes y escoltas, la caravana de mulas y dromedarios. Una antigua ruta caravanera bordea el desierto de Arabia y Siria, al sur del Éufrates, para descender a lo que hoy es Jordania. Este es el camino que toman Gaspar y Baltasar. En cuanto a Melchor, que viaja en solitario y desde el norte, cruza Babilonia para alcanzar a sus compañeros. Por otro camino –la ruta caravanera del norte, la que bajaba desde el curso alto del Éufrates hasta Damasco- hubiera podido llegar antes a Belén, pero Melchor prefiere viajar junto a Gaspar y Baltasar. De manera que cruza el Tigris y el Éufrates hacia el sur: Sippar, Babilonia, Borsippa, el viejo imperio de Nabucodonosor, ahora en manos de los partos, y se reúne con sus amigos en una ciudad enigmática desde la que ya avanzan los tres juntos.
Los Reyes no van directamente a Belén, sino que antes se detienen en Jerusalén. Allí se entrevistan con Herodes, un rey puesto por los romanos para controlar el territorio. Pero Herodes (no confundir con su hijo Herodes Antipas, que es el de la Pasión) dice no saber nada. Para colmo, la estrella que había guiado a los Reyes deja de verse. Desolados, los Magos entienden que nada tienen que hacer allí y acuden a Belén, algo más de cinco kilómetros al sur por el viejo camino de Hebrón. Pasan por el villorrio de Bayt Jala. ¿Por qué? Es un misterio. El caso es que llegan a Belén. Buscan la gruta en la que ha nacido Dios, como su estrella les dijo. Y lo encuentran.
En total, se calcula que pudieron cubrir unos 2.000 kilómetros, desde los Montes Zagros, Mesopotamia y el Golfo Pérsico, hasta Jerusalén y Belén.
3 comentarios:
Ya vienen los Reyes Magos
caminito de Belén.
Traen sin duda regalos
a los que se portan bien.
Y es que hoy ya "son los Reyes".
Esta noche pasarán
como siempre lo hacen, siempre,
al final de Navidad.
Yo llevo ya varios días
nervioso a todas las horas
y no oculto mi alegría
por lo que pronto me aborda:
Que los tres Magos de Oriente,
Melchor... Gaspar... Baltasar...
me traerán los presentes
y es que ya no aguanto más.
A ponerles mis zapatos
justo bajo la ventana
para que sepan, acaso,
donde dejar los Monarcas
mis regalos deseados.
Un turrón y un anisete
para los tres Reyes Magos,
como les dejo yo siempre
que deben llegar cansados;
y a los camellos, la leche,
(y a veces un mantecado)
que la pongo bien caliente
y servida en un buen plato.
Todo muy bien recogido,
con el salón ordenado,
que no les falte un buen sitio
a cualquiera de los Magos
para los regalos míos.
Y la ventana entreabierta
para que puedan entrar
porque lo que son las rejas,
aunque no sé como lo harán,
nunca les crean problemas
ni les impiden entrar.
Me acostaré muy temprano
no sea que ellos me pillen
y no me dejen regalos
por llegar a descubrirles...
...Me levanto muy temprano
cuando casi aún es noche
para ver si mis regalos
me han traído los tres Magos
con tanto esfuerzo los pobres.
Y allí, bajo la ventana,
donde dejé mis zapatos,
entre globos y en sus cajas
están todos mis regalos
como escribí yo en mi carta.
Que ilusión abrirlos todos,
que locura de papeles,
sin poder abrir los ojos
por la luz, que ya amanece;
los contemplo con asombro
y sin saber contenerme
la emoción, yo casi lloro
por lo que me traen los Reyes.
Quizá lo que aquí relato
no sea real del todo
para adultos muy sensatos
que ya no son unos mozos
pero sólo al recordarlo
me emociono de tal modo
que pasa de ser pasado
a ser presente, de pronto.
Y es que los que somos padres
tenemos la gran ventaja
de vivir las Navidades
como en las eras pasadas,
vividas como los niños,
con ilusión infinita,
por los ojos de los hijos
a los que dimos la vida
y que desde entonces mismo
dan sentido a nuestras vidas.
Y es que los ojos de un niño
una mañana de Reyes
hacen que pase al olvido
cualquier disgusto presente:
Esa expresión de sorpresa,
de alegría contenida
que, de repente, se expresa
en una nerviosa risa;
esa mirada sincera
que dice cosas sentidas
porque no sabe, de veras,
decir con ella mentiras;
esas dos manos inquietas
que se mueven pequeñitas
pero de forma certera
y con inmensa alegría;
esas palabras tan llenas
aunque pocas cosas digan
"Mira Mamá, mira ésta...
Y mira aquí, Papá, mira";
Ése es mi mejor regalo,
aunque suene a cosa dicha
por muchos en el pasado,
y es ver como mis dos niñas
disfrutan los Reyes Magos.
Ya vienen los Reyes Magos
caminito de Belén.
Traen sin duda regalos
a los que se portan bien.
Y es que hoy ya "son los Reyes".
Esta noche pasarán
como siempre lo hacen, siempre,
al final de Navidad.
Yo llevo ya varios días
nervioso a todas las horas
y no oculto mi alegría
por lo que pronto me aborda:
Que los tres Magos de Oriente,
Melchor... Gaspar... Baltasar...
me traerán los presentes
y es que ya no aguanto más.
A ponerles mis zapatos
justo bajo la ventana
para que sepan, acaso,
donde dejar los Monarcas
mis regalos deseados.
Un turrón y un anisete
para los tres Reyes Magos,
como les dejo yo siempre
que deben llegar cansados;
y a los camellos, la leche,
(y a veces un mantecado)
que la pongo bien caliente
y servida en un buen plato.
Todo muy bien recogido,
con el salón ordenado,
que no les falte un buen sitio
a cualquiera de los Magos
para los regalos míos.
Y la ventana entreabierta
para que puedan entrar
porque lo que son las rejas,
aunque no sé como lo harán,
nunca les crean problemas
ni les impiden entrar.
Me acostaré muy temprano
no sea que ellos me pillen
y no me dejen regalos
por llegar a descubrirles...
...Me levanto muy temprano
cuando casi aún es noche
para ver si mis regalos
me han traído los tres Magos
con tanto esfuerzo los pobres.
Y allí, bajo la ventana,
donde dejé mis zapatos,
entre globos y en sus cajas
están todos mis regalos
como escribí yo en mi carta.
Que ilusión abrirlos todos,
que locura de papeles,
sin poder abrir los ojos
por la luz, que ya amanece;
los contemplo con asombro
y sin saber contenerme
la emoción, yo casi lloro
por lo que me traen los Reyes.
Quizá lo que aquí relato
no sea real del todo
para adultos muy sensatos
que ya no son unos mozos
pero sólo al recordarlo
me emociono de tal modo
que pasa de ser pasado
a ser presente, de pronto.
Y es que los que somos padres
tenemos la gran ventaja
de vivir las Navidades
como en las eras pasadas,
vividas como los niños,
con ilusión infinita,
por los ojos de los hijos
a los que dimos la vida
y que desde entonces mismo
dan sentido a nuestras vidas.
Y es que los ojos de un niño
una mañana de Reyes
hacen que pase al olvido
cualquier disgusto presente:
Esa expresión de sorpresa,
de alegría contenida
que, de repente, se expresa
en una nerviosa risa;
esa mirada sincera
que dice cosas sentidas
porque no sabe, de veras,
decir con ella mentiras;
esas dos manos inquietas
que se mueven pequeñitas
pero de forma certera
y con inmensa alegría;
esas palabras tan llenas
aunque pocas cosas digan
"Mira Mamá, mira ésta...
Y mira aquí, Papá, mira";
Ése es mi mejor regalo,
aunque suene a cosa dicha
por muchos en el pasado,
y es ver como mis dos niñas
disfrutan los Reyes Magos.
¡Qué bonito!
¡Cuanta verdad!
Y lo mejor es que cuando se alcanza el hermoso título de abuelo se multiplican las vivencias.
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