En estos días,de apresurado ajetreo en naves,talleres y otros espacios, ilusionadamente vestidos con lonas efímeras de tiendas del desierto, donde se ultiman los preparativos de las Cabalgatas,justo es que se recuerde a este ateneista hispalense que ideó la primera.
“Pequeño, moreno, vestido de negro, con unos ojos interrogantes y melancólicos. La cara alargada por unas oscuras patillas de chispero.Siempre en la biblioteca del Ateneo, escribiendo los artículos diarios en que tiraba a la calle su talento, cuando no iba con su paso escurridizo atravesando el patio matinal de la Universidad camino del río en su cotidiano paseo vespertino”
Así describe Luis Cernuda en “Ocnos” la figura de este poeta, soñador y visionario sevillanísimo,del que eran prendas de oro,junto a su amor de fidelidad sin mácula por la ciudad en que naciera, la prosa en la que late una vocación expresiva en versos sonoros e imposibles y su amistad, don maravilloso, en expresión de Joaquín Romero Murube “ya que los que tuvieron a suerte de convivir con aquel ser privilegiado coinciden todos en la afirmación de que su calidad personal estaba muy por cima de los valores literarios de su obra, con ser ésta la de más fino y acertado sevillanismo,entre todas las inspiradas por el hechizo de la ciudad”
Tal vez por eso, Juan Ramón Jiménez escribiera en “Españoles de tres mundos” que “tenía José María pendiente, así, de lo alto infinito, algo de ángel anunciador, de estrella anunciadora, extraño signo sobrenatural, maná congregado en forma confusamente tradicional, perdido religiosamente en un fondo milenario que ya no es horizontal, sino que se entra, como una ancha corriente de sombra y en un arriba borrado”
Y, como tenía todo eso, Juan Ramón concluye con una aseveración que, a seguidas, se apresura a explicar como si temiera no ser comprendido: “Echaba luz”
Se explica que de una personalidad tan singular procediera el invento de la Cabalgata. Ocurrió en 1918. Sus Majestades fueron encarnados en aquella primera ocasión por Jesús Bravo Ferrer, el mismo José María Izquierdo y un negro auténtico, similar a cualquiera de los que hoy salen a nuestro encuentro en los semáforos para vendernos paquetitos de clinex, que era empleado del salón y cine Llorens en la calle Sierpes y del que solo se sabe que se llamaba Domingo, aunque también lo he visto citado como Antoñito y hasta en otros lugares aparece que su nombre “no consta”.
Los reyes no iban sobre carrozas, sino a caballo y los juguetes a lomos de borriquillos, como durante mucho tiempo después y hasta que fueron sucumbiendo bajo el peso de la arena que transportaban en las obras del canal Sevilla-Bonanza, entre los que desfilaba una larga cohorte de pajes y beduinos.
Las primeras fotos de aquellos desangelados y elementales cortejos son de los monarcas. En la Maestranza y todos a caballo y sobre el albero, o lo que quedaba de él, en las horas invernales de la plaza de toros.
El visionario José María Izquierdo volvió a salir en su Cabalgata.El último año que lo hizo,cuatro antes del de su muerte, se cumplía su segundo aniversario y empezaba a consolidarse poco a poco.No se vistió de Rey sino de nigromante y con un gigantesco farolón en las manos apareció como Estrella de Oriente. No podía ser de otra forma. Así lo había visto ya Juan Ramón Jiménez: estrella anunciadora de la Cabalgata que acababa de crear.
“Pequeño, moreno, vestido de negro, con unos ojos interrogantes y melancólicos. La cara alargada por unas oscuras patillas de chispero.Siempre en la biblioteca del Ateneo, escribiendo los artículos diarios en que tiraba a la calle su talento, cuando no iba con su paso escurridizo atravesando el patio matinal de la Universidad camino del río en su cotidiano paseo vespertino”
Así describe Luis Cernuda en “Ocnos” la figura de este poeta, soñador y visionario sevillanísimo,del que eran prendas de oro,junto a su amor de fidelidad sin mácula por la ciudad en que naciera, la prosa en la que late una vocación expresiva en versos sonoros e imposibles y su amistad, don maravilloso, en expresión de Joaquín Romero Murube “ya que los que tuvieron a suerte de convivir con aquel ser privilegiado coinciden todos en la afirmación de que su calidad personal estaba muy por cima de los valores literarios de su obra, con ser ésta la de más fino y acertado sevillanismo,entre todas las inspiradas por el hechizo de la ciudad”
Tal vez por eso, Juan Ramón Jiménez escribiera en “Españoles de tres mundos” que “tenía José María pendiente, así, de lo alto infinito, algo de ángel anunciador, de estrella anunciadora, extraño signo sobrenatural, maná congregado en forma confusamente tradicional, perdido religiosamente en un fondo milenario que ya no es horizontal, sino que se entra, como una ancha corriente de sombra y en un arriba borrado”
Y, como tenía todo eso, Juan Ramón concluye con una aseveración que, a seguidas, se apresura a explicar como si temiera no ser comprendido: “Echaba luz”
Se explica que de una personalidad tan singular procediera el invento de la Cabalgata. Ocurrió en 1918. Sus Majestades fueron encarnados en aquella primera ocasión por Jesús Bravo Ferrer, el mismo José María Izquierdo y un negro auténtico, similar a cualquiera de los que hoy salen a nuestro encuentro en los semáforos para vendernos paquetitos de clinex, que era empleado del salón y cine Llorens en la calle Sierpes y del que solo se sabe que se llamaba Domingo, aunque también lo he visto citado como Antoñito y hasta en otros lugares aparece que su nombre “no consta”.
Los reyes no iban sobre carrozas, sino a caballo y los juguetes a lomos de borriquillos, como durante mucho tiempo después y hasta que fueron sucumbiendo bajo el peso de la arena que transportaban en las obras del canal Sevilla-Bonanza, entre los que desfilaba una larga cohorte de pajes y beduinos.
Las primeras fotos de aquellos desangelados y elementales cortejos son de los monarcas. En la Maestranza y todos a caballo y sobre el albero, o lo que quedaba de él, en las horas invernales de la plaza de toros.
El visionario José María Izquierdo volvió a salir en su Cabalgata.El último año que lo hizo,cuatro antes del de su muerte, se cumplía su segundo aniversario y empezaba a consolidarse poco a poco.No se vistió de Rey sino de nigromante y con un gigantesco farolón en las manos apareció como Estrella de Oriente. No podía ser de otra forma. Así lo había visto ya Juan Ramón Jiménez: estrella anunciadora de la Cabalgata que acababa de crear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario