lunes, 5 de enero de 2009

Los niños y los caramelos.

Decía José Jesús García Díaz, ese sevillano singular que fue presidente del Ateneo, director de la Feria de Muestras y hasta Alcalde de la Ciudad y del que dependió mucho tiempo la organización y dirección de la Cabalgata de Reyes Magos de la Docta Casa que la “Cabalgata son los niños y los caramelos”
Y con este descubrimiento, con esta bipolaridad elemental de sustentación, José Jesús, que viene al mundo en 1918, cuando la Cabalgata iniciaba su prometedora salida por las calles sevillanas, recoge el legado de su creador y se convierte en impulsor definitivo de su trayectoria luminosa.

Lee las obras que el poeta deja ultimadas cuando prematuramente desaparece. Espiga en sus escritos depositados en la Biblioteca del Ateneo en la que Izquierdo redactaba sus artículos diarios y recoge la transmisión oral de sus ideas y sugerencias para poner en la calle todos los años, durante la noche del cinco de enero el luminoso esplendor del Cortejo que ha llegado a nuestros días.

Y, para que discurra a lo largo de su cambiante itinerario como envuelto en una estela multicolor de promesas dulces, hasta se atreve a modificar las estructuras de las carrozas que pasan a ser monumentales cajones huecos como caballos troyanos con el interior repleto de sacos de caramelos que van pasando a través de una oquedad desde los pies a las manos de los monarcas.

Así se agiliza el surtido continuado a los figurantes y se evita la tentación de quienes en tiempos idos asaltaban por el camino, como piratas furtivos, a sus Majestades hurtando su cargamento de golosinas.

“Los niños y los caramelos”. Los chiquillos imaginan que los caramelos caen milagrosamente como hechizo o encantamiento de hadas y personajes mitológicos transformados hoy en extravagantes y plateados viajeros del espacio.

En la Cabalgata, el caramelo no es escuetamente la sustancia que se obtiene de azúcares calentados a más de doscientos grados, ni la pasta que se hace almíbar ardiendo al fuego y se endure sin cristalizar aromatizándose con esencias. Es algo más. Simbólico por cuanto signo es que representa la idea genial de un poeta. Y aun más todavía: la cordial acogida del pueblo mismo que multiplica en una progresión infinita la facultad de los Magos asumiendo la inocente complicidad de suspender su vuelo colorista que despega desde la comitiva atrapándolo en el aire para volverlo a arrojar sobre el arrobo ilusionado de los niños espectadores:

Pequeña ave endulzada
a la que presta su piel
un arrugado papel
con frase coloreada.
Promesa breve, nimbada
con el más tierno desvelo:
Que mane siempre del cielo
azul de la Epifanía
la dulce y cierta alegría
que llevas tu,caramelo.

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