El hermano mayor tomó asiento ante su mesa de despacho y no se sintió incómodo, ni prepotente. Sus antepasados en el cargo, tiempo atrás, atendían sus asuntos en la modesta sala capitular de la hermandad, un reducido habitáculo que también servía de almacén y de oficina de secretaría, al que se ascendía por una escalera tortuosa que arrancaba desde la proximidad de la puerta de la sacristía del templo donde se veneraban sus amantísimos titulares.
Pero ya he dicho que eso era tiempo atrás. Cuando las consultas reservadas se evacuaban en un rincón del bar de la esquina a la orilla de unos frescos vasos de tinto, coloración muy adecuada porque era la de la túnica de ruán negro que vestían sus nazarenos.
Como se había cuidado al entrar de que la puerta de cristal plomado se cerrase bien y la claridad no era abundante, encendió su lámpara de mesa, uno de cuyos destellos iluminaba el rostro torturado del Cristo colgado en la pared a sus espaldas, extendió sobre el vade de cuero repujado una hoja de impoluto papel blanco y se dispuso a manuscribir el borrador del texto que, pasado por el ordenador, proyectaba dar al director del Boletín donde habría de ver la luz.
Con rayas verticales trazó tres columnas. La primera la encabezó con una B de bien.La segunda con una M de mal y encima de la tercera cerró una O que lo mismo era inicial de Omisión que de Olvido
No hubo de rebuscar mucho en su memoria para llenar el primer tercio de la hoja con lo que, de acuerdo con sus normas de valoración, había hecho bien durante los mandatos que ya finalizaban.
Al dejar caer su mano sobre la columna que presidía la M le pareció inspirado y oportuno redactar una especie de humilde súplica rogando disculpas para todo aquello que no hubiera estado correcto lo que le eximía de la obligación de recordarlo puntualmente. Y cuando, al fin se dispuso a finalizar su obra, alguien golpeó el cristal desde fuera y adivinó el contorno del responsable de la publicación que acudía en demanda de su escrito.Precipitadamente lo pasó al ordenador y la tercera columna se quedó sin redactar.
Cuando el boletín llegó a los hermanos, los que, por desaires injustos, estaban a punto de darse de baja… los que habían dejado de acudir a la Casa de Hermandad ninguneados días y días… los que habían sido criticados… los que habían sido desposeídos caprichosamente del inocente privilegio de un buen sitio en la cofradía, en ocasiones heredado… los que habían sido víctimas de maquinaciones para marginarles de una Junta o del acceso a un puesto de relevancia… todos estos se sintieron una vez más preteridos y olvidados y el hermoso Balance de valiente sinceridad que podría haber confeccionado ese hermano mayor se había quedado sin hacer.
1 comentario:
Muchas veces los cargos en las hermandades traen sinsabores...¡¡y qué de cosas se quedan en el tintero de la buena voluntad!!
Genial, maestro. Le espero en mi blog si lo desea.
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