Y lo ha hecho en la tarde hoy, cierre de las corridas de Feria de este año en la Plaza de Toros de las Ventas, con su autenticidad,con su verdad,con su poderío, con su dominio de las suertes y con la desmedida entrega que siempre ofrece a la afición madrileña.
El Cid frente a los Victorinos. En las taquillas el cartel de "no hay billetes" y en los tendidos el viejo ganadero tan emocionado que hasta se le desprendió de la boquilla su habitual veguero,acompañado de su hijo que no fuma y que participa de la misma opinión de su progenitor: Ojalá y todos los toros de su ganadería fuesen lidiado por el maestro de Salteras.
Es el que mejor los entiende, el que mejor los luce y el que más se atreve a desafiar sus imponentes encornaduras, su peligroso sentido y, como ha sucedido en la corrida de hoy,su fiereza convertida en velocidad en la sucesión de embestidas dificilísimas de templar.
Bien sé que esto no es una crónica al estilo de las que leía Rafael Santisteban ante los microfonos de Radio Sevilla de la Cadena SER con textos de Enrique Vila y patrocinio del Gran Fino Tio Mateo de Palomino y Vergara.
Pero permitanme mis hipotéticos lectores que como homenaje a los naturales del gran torero sevillano - Salteras es para Sevilla algo así como Triana y, como el barrio singular, ostentó el privilegio real de ser "guarda y collación de la ciudad" - reproduzca un soneto que le escribí y se exhibe colgado en una pared de su peña:
La zurda de este Cid podría ser
experta con primor de cirujano,
caricia de las teclas de un piano
repique en castañuela de mujer…
o dulce lenitivo que tener
dispuesto hacia un dolor siempre a la mano.
Qué tierna, qué suave, en soberano
requiebro con la seda del poder.
Qué mano es esa izquierda, qué torera,
qué látigo gentil, qué primavera
perfuma frente al toro su silueta.
Así toda embestida de la fiera
se pierde entre la tela, prisionera
del aire en que se mece la muleta.
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