Ayer me equivoqué en el uso del latín. En vez de redactar ictu ( in ictu oculi ) escribí actu. Y cuando lo advertí y me dispuse a corregirlo no encontraba los apuntes de mi cursillo de reciclaje para utilizar la informática y, por más que me peleaba con el ordenador, no conseguía nada.
Antes era otra cosa. En la redacción de los Servicios Informativos del Centro Emisor del Sur de Radio Nacional de España, con Antonio Gamito, José Ángel Bonachera o Fernando Carrillo, ninguno hoy con nosotros, pero todos de felicísima memoria, cuando te equivocabas en la Hispano Olivetti no disponías de otra solución que no fuera la de sacar la hoja y las copias que producía el papel calcar y escribirlo íntegramente de nuevo. Menos complejo; pero más trabajoso.
A punto estaba de conseguirlo cuando uno de mis cultísimos lectores – cada día dispongo de más pruebas para presumir de ello – me lo avisaba con un comentario y envolvía su irrefutabilis correctionis en el terciopelo de una coda elegante: “supongo que será un lapsus teclae.” ¡Ole!. ¡Así se dicen las cosas!
Lo mismito que te grita el niñato de turno en la carretera cuando se sitúa detrás de ti hostigándote con el cochazo que le ha prestado papá porque tu ruedas a setenta que es lo que está permitido y él corre a más de cien.
Menos mal que tu audición ha bajado un poco y solo aprecias (desprecias, mejor) su manoteo a través de la ventanilla.
Eliminado actu y situado ictu en su lugar lo que permanece es el mensaje estremecedor de la pintura ( en un abrir y cerrar de ojos ) de manera que puede ser la intromisión de la tecla indebida la causa del error, pero también el temblor de los dedos del escribiente que, recordando las pinceladas magistrales de Valdes Leal, tira ahora del latín macarrónico del Marques de las Cabriolas para confesar que le dejan caganditi por las pernas abajo.
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