Era lógico: un periódico tan importante como El País que ha confiado la crítica taurina a analistas irrepetibles de los aconteceres táuricos como el siempre recordado Joaquín Vidal y que hoy ofrece en sus páginas la inteligente visión de la Fiesta brava que nos proporciona Antonio Lorca, forzosamente tenía que abrir espacio en sus columnas a José Luis Merino.
Deben suponer que el compañero Merino dista mucho de ser un becario brillante en el último curso de la Facultad, o un torero culto que busca en el estoque de la pluma lo que antaño consiguió de la espada y la muleta. Ni muchísimo menos. Es más.Bastante más que eso. Para empezar nació en Bilbao, afortunada circunstancia en el currículo de una persona que ya lo impregna de carisma exitoso y singular. José Luis Merino vino al mundo en la Ciudad de los Altos Hornos en 1931. O sea que no es un chiquillo. Ha escrito diez libros de arte y literatura. Tiene en preparación otros cuatro, también en torno a las mismas materias y desde 1998 es colaborador de El País en las especialidades de arte y toros.
Con este bagaje, el docto Merino queda ampliamente validado para meterse con la ciudad que le vio nacer y con su afición taurina, posibilidad que, por su propia esencia, queda absolutamente vedada a quien no haya nacido en Bilbao y desee sensatamente no ser arrojado a la ría del Nervión por los naturales de la zona.
¿Qué los que llegan a la plaza de toros de Vistalegre a ejercer su oficio bien sea de comentarista, bien de locuaz narrador televisivo de los festejos taurinos se imponen como pauta de comportamiento afirmar firmemente destocados y con la mano en el pecho que como la afición de Bilbao no hay otra y como la seriedad de Bilbao ni la de Humphrey Bogart?... Pues salta Merino, rodando a cien en contramano, y dice que no. Que “eso de Bilbao como plaza de primer orden es una patraña” (El País, sábado 22 de agosto de 2008. Revista de verano. Pág.5)
¿Qué el público que llena día tras día los cuidados graderios mantiene con su educada actitud un comportamiento ejemplar e inteligente aplaudiendo a tiempo y mereciendo la mayor credibilidad?... Pues, tampoco. Don José Luis Merino no tiene empacho alguno en proclamar todo lo contrario al redactar sin que, a no ser por la senectud, le tiemble la mano: “Mal, muy mal ese público compulsivamente aplaudidor de todo. Aplaude cuanto se mueve. Un público que no distingue entre ventaja y desventaja no merece crédito alguno” (Ídem) ¡Toma ya!
Y ya, puesto en el resbaladero del salto al vacío en su particular Garmish Paterskichen se enfrenta a la creencia difundida desde el apagado ruedo hasta las adornadas alturas de banderas y gallardetes de su plaza de toros y afirma: “La ignorancia siempre está dispuesta a admirarse. Lo prueba el que desde la Junta Administrativa proclame a los cuatro vientos que la plaza de Bilbao es la mejor del mundo. De ahí que sea sumamente peligroso la ignorancia altiva” (Ídem)
Leído esto supongo que El Cid que, a juicio de uno que no sabe nada de esto, estuvo importantísimo ante los toros sin clase y con peligro de Torrealta, pero cuya actuación tilda de nefasta…y Eduardo Gallo que cortó la única oreja de la tarde pero cuya faena, a juicio de este hombre, carecía de valor torero… llevarán varios días sin poder pegar un ojo por las noches.
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