Hoy me apetece mucho hablar de él después de su actuación triunfal en la feria de Bilbao. Pero que no se me asusten los taurinos. No voy a apropiarme de lo que no es mío.Ni pretender enjuiciar a una figura tan importante del toreo contemporáneo sin haber nacido en Madrid, ni escribir en ningún rotativo de la capital, sea convencional o informático. Pobre de mí. Quién soy yo para atreverme a tal empresa. En el cañavatiano planeta de los toros, que escribiera el recordado Manolo Ramírez, si no se es de la capital o se escribe en un medio de la capital no está nadie autorizado a impartir doctrina ni a emitir juicios sobre el arte de Cúchares.
Habrán visto cómo en la fracasada corrida de la temporada en el Sur, en el descafeinado y hundido enfrentamiento duelístico entre José Tomás y Morante, actuaron los primeros espadas de la crítica taurina centrista y los naturales del país fueron relegados a las ultimas páginas pares y menos mal que no se cayeron empujados a codazos hasta dar en el suelo con el salva sea la parte de la crítica.
Así que, tranqui, y yo a lo mío que es recordar una fenomenal entrevista que le hacían en Canal Sur los de Carrusel Taurino y en la que el denominado como “maestro de Chivas” que es más de Jaén que el Castillo de Santa Catalina, hacía sin pretenderlo una adaptación magistral a los tiempos del toreo. Los tiempos clásicos, sabemos todos los que leemos un poquillo de estas cosas, son cinco, a saber: Citar, parar, templar, mandar y ligar. Pero eso era cuando el toro tenía nervio y “afición de embestir” (Maestro Ponce dixit también), se arrancaba de lejos y quería siempre mandar al torero a medir el hule. (Habitual recubrimiento de las antiguas mesas de operaciones de las enfermerías de las plazas).
Hoy, no. En la actualidad con esos morlacos sobrados de kilos que claman a voces por una cura de adelgazamiento y necesitan que el lidiador se sitúe a centímetros de los pitones porque, de otra forma, no van, la cosa ha cambiado mucho. Y Ponce la condensa desde su cátedra resumiendo los tiempos tradicionales en tres, actualizados: Enganchar, pasar y vaciar.
Ahí es nada. Tauromaquia pura y realista. Enganchar, cerquita de los pitones, metiendo la tela de la muleta por debajo del hocico del animal… pasar, o, mejor dicho: hacer pasar. Y vaciar. Ortodoxamente, como se quiera; llevando la muleta atrás, componiendo la figura y quedando colocado para el pase siguiente.
El doctor Ponce hacía una pausa y recordaba como complemento algo esencial: Ah… y tocar. El toque es imprescindible. Por un pitón o por otro.Con suavidad….
Yo, personalmente, añado: Y muñequeando. Porque hay quien no termina de enterarse y, en vez de hacerlo como corresponde, mueve la muleta, abre la ventana y es cogido y volteado una y otra vez, circunstancia que suele darse con lamentable frecuencia en el mediático Cayetano,para desesperación de su apoderado y mentor Curro Vázquez.
Nueva tauromaquia la de Enrique Ponce de la que me he atrevido a escribir en esta entrada en mi Blog andando de puntillas y sentándome en la grada sin que me vean los sabios de esta materia, celosos de ingerencias foráneas y cuidadores esforzados de los privilegios que ellos mismos se conceden. Tal vez porque pienso que me avalan unos versos que le dediqué un día (*) y que finalizaban con esta espinela…
¡Qué manera más completa
de hacer fácil el toreo!
¡Que espacioso silabeo
de ortodoxia en la silueta!
Aparece su birreta
de doctor en torería
y,con esa fantasía,
de sus pases en cadena
en la plaza entera suena
la más bella sinfonía
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(*) José Luis Garrido Bustamante: “Balconcillo de sol”.- Rosa Libros. Sevilla,2006.- Pág. 47.
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