La Virgen gana a Sevilla cada quince de agosto. Y este año ha vuelto a reiterar su victoria. Todo se ha repetido como se esperaba. Los cambios son los imprescindibles. Casi siempre los de las personas. El más relevante, en esta ocasión, los componentes del Consejo de Cofradías a los que dirigió sus palabras finales de agradecimiento el señor Cardenal.
Gana sentimental y devotamente Maria con galas de Reina a la ciudad que se acoge bajo su patronazgo como la ganó siempre hasta en sus innumerables salidas extraordinarias en procesiones de acción de gracias o de rogativas. Así en el carismático 1492 al reconquistarse Granada, como, en el siglo siguiente, para rogar a Dios por el feliz y próspero resultado del Concilio de Trento y, unos años antes, en 1532, llegándose a Triana, al templo catedralicio de Santa Ana, para implorar la victoria del emperador Carlos que iba al cerco de Viena a librarla del asedio de los turcos .
Aquella vez los trianeros, orgullosamente vecinos de Santa Ana, la abuela de Dios, contaban que “la Virgen de los Reyes había pasado la noche en casa de su madre”
Voz cariñosa y sabia del pueblo sencillo. El que siempre estuvo en rededor de Ella. El pueblo la sacó y la llevó hasta San Lorenzo y San Vicente haciendo estación en el templo de Santiago de la Espada cuando la reconquista de Granada. El pueblo se confundió con los dos Cabildos y las comunidades religiosas cuando visitó el monasterio de la Santísima Trinidad con motivo del Concilio de Trento. Y el pueblo estuvo con una comitiva similar y el Arzobispo Alonso Manrique cuando cruzó el puente de barcas para llegarse a Triana.
Quedó escrito que una enorme muchedumbre pululaba por las calles el cuatro de diciembre de 1904 cuando su Coronación Canónica, con la ciudad engalanada y colgaduras y bombillas de gas en las Casa Capitulares y en la Audiencia y paños de terciopelo colgando de la Giralda.
Y que hubo que ampliar el itinerario tradicional para que, por Placentines, Moret, Hernando Colón, la plaza de San Francisco y la calle Granada, apareciese en la Plaza Nueva el quince de agosto de 1924 para que se descubriese ante Ella el monumento del Rey que la había soñado.
Ese día los sevillanos quisieron que luciera también un estreno y le pidieron a Juan Talavera, uno de los mejores arquitectos que ha dado su suelo, que le dibujase un palio nuevo y desde entonces empezó a cobijarse bajo el que llamaron “de tumbilla” y luego rebajaron de altura.
Es el que ha llegado a nuestros días, depósito de imaginativa creatividad y continuado afán perfeccionista. Desde 1919 a 1969 se la ve en 1926 por la actual Avenida de la Constitución con el frontal modificado y escasas flores. En el veintiocho ya surge un macizo de nardos que desaparece en el treinta y seis, pero vuelve y se multiplica en el cuarenta y ocho y se abre generosamente en las procesiones de los años que siguen.
Hay que empinarse mucho para que la mirada viaje sobre el mar de cabezas y llegue hasta las andas, anunciadas en la lejanía por el palio estilo renacimiento que levanta el tisú blanco bordado con jarras de flores y los escudos del Ayuntamiento y del Cabildo, con San Fernando, entre San Leandro y San Isidoro y la Giralda flanqueada por jarras de azucenas como vela empavesada de la frágil barquilla donde la Virgen viene. De blanco, como marineros visten sus costaleros, escondidos tras los faldones que recuerdan un frontal catedralicio, color carmesí bordado en el dieciséis.
Un friso de claveles blancos rodea todo el paso y en sus esquinas, desde mediados de la década de los cuarenta del pasado siglo, los cuatro macizos de nardos, abiertos en los basamentos de los varales maestros. Explosión floral de cientos de varas disparadas como cohetería jubilosa en todas las direcciones de la rosa de los vientos.
Los nardos de la Virgen. Cuentan que los primeros se criaban en los jardines del Alcázar y que el jardinero era un poeta al que habían encomendado su conservación. Yo tuve la suerte de conocerle.Se llamaba Joaquin Romero Murube.
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