El otro día se me murió un Rey Mago. Grave cosa es esta sobre todo en las presentes fechas. Como bien sabemos los cristianos los Reyes Magos existieron, hecho este que les fastidia enormemente a los agnósticos empeñados en borrar su memoria del mapa de las ilusiones infantiles a fuerza de la presencia importada de Papa Noel.
Mi director en el Centro Territorial de Televisión Paco Narbona,uno de los mejores que tuve a lo largo de mi vida profesional, había estado en su tumba en la Catedral de Colonia y de estos tres enigmáticos personajes que, en realidad, parece que eran cuatro porque a la trilogía conocida hay que añadir la presencia del andauz Artabán, quedó indubitada constancia escrita.
Como cada año, desde que la ilusión poética del ateneísta José María Izquierdo, Jacinto Ilusión, lo inventara, el espíritu de los magos transmigra al de tres sevillanos elegidos para representar a estos apuestos estrelleros a los que la luz celestial anunció la llegada de Dios al mundo para hacerse hombre, los magos se convierten en tres personajes de carne y hueso que un día se ven sometidos a su ciclo vital y se mueren otra vez.
De manera inesperada, abrupta y sorprendente se me murió el otro día el Rey Gaspar, transmigrado en la Cabalgata de 1990 al que entonces se mostró rubicundo y barbudo Rafael Álvarez Colunga, desaparecido hace unos días, como bien es sabido, víctima de accidente en el mar que baña la dorada playa de Mazagón.
Al tratar este hecho recordé aquella Cabalgata ilusionada de la que fui cantor al encargarme el presidente del Ateneo, que entonces era Ramón Espejo y Pérez de la Concha que pronunciara su Octavo Pregón de los Reyes Magos.
Ya va este acto por la veintisiete edición y, a través del ABC, me entero que este año lo pronuncia Ismael Yebra Sotillo y sigue celebrándose donde siempre, en el antiguo teatro Álvarez Quintero, que ahora se llama Sala Juan de Mairena del Centro Cultural CajaSol.
Me gustaría asistir porque además presenta al orador Manuel Rico Lara, magistrado juez de familia, ya en la reserva, que, en aquellos tiempos ya lejanos de mi presencia activa en la televisión territorial, me envió colaboraciones excelentes sobre temas de su especialidad, pero el Ateneo no es como el Consejo General de Hermandades y Cofradías. Al Consejo se le pueden terminar las entradas para el Pregón, circunstancia que suele darse con frecuencia cuando el pregonero es de fuste como sucedió el año pasado con Antonio Burgos, pero los pregoneros antiguos siempre disponemos de dos localidades en situación preferente. El Ateneo se viene olvidando de los antiguos pregoneros cuya presencia se solicitaba antes para muchas ceremonias entrañables de la organización de la Cabalgata, encadenando a estos con el quehacer de la Docta Casa, a través de estos rituales deliciosos, entre los que se hallaba días después del Pregón, la entronización del Niño Jesús en la carroza del Nacimiento.
Había proyectado decir todo esto al presidente actual, mi admirado amigo Enrique Barrero, con motivo de la lectura de mi libro inédito de poemas “Blanco, negro y gris” el año pasado en el acto que organizó Alhoja, que estuvo solemnísimo. Pero no asistió. Lo sustituyó en la presidencia mi no menos admirado novelista Carlos Muñíz Romero con el que tuve ocasión de departir posteriormente lucrándome de su sabiduría y de su sensibilidad literaria.
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