Me había propuesto al término de mi “entrada” anterior continuarla al día siguiente, pero la lluvia me encharcó el ruedo y tuve que suspender la corrida. Eso pasa en las mejores familias. Se me averió el invento y aun estoy con el ordenador en el hangar a cargo de los técnicos, así que este vuelo lo hago con un planeador de última generación que ya veremos si se me va de las manos, escasamente afinadas para tanta presteza.
La televisión, llamada por muchos el medio rey, es un medio caro. Carísimo. Lo que se da en la pequeña pantalla cuesta mucho. Hay que pagar por hacerlo. Y hay que volver a soltar billetes para distribuirlo. El producto televisivo vale menos de la mitad si después de su ideación y su rodaje, se queda en las anaquelerías de la empresa productora o el departamento de programas de una televisión cualquiera. Resulta preciso llevarlo a la antena y pagar su ocupación.
Es como un brillante automóvil que, por potente, cómodo y actualizado que sea, no cumple su función si no pagamos el peaje de la autopista.
Desde los comienzos de la tele no existen más que tres fuentes de financiación. El Estado con cargo a sus presupuestos… los telespectadores mediante eso que se denomina hoy con el anglicismo “pay per view”, actualización enmascarada del fracasado pago por audiencia o sintonía implantado en otros países (Alemania, por ejemplo, que se cobra por los carteros a través del servicio de Correos) pero rechazado socialmente en el nuestro. Y la publicidad.
Existe un cuarto sistema, pero es irrelevante: el merchandising. La venta del producto en formato de vídeo o disco.
Cada uno de estos procedimientos puede emplearse con olvido de los demás o en conjunción con algún otro. Y el comodín es la publicidad.
Cuando en nuestro país aparece la tele, las corridas empiezan a transmitirse por la única televisión existente, la estatal, que se resarce de su coste por la venta de publicidad, ya que a ella acude, como hace igualmente desde los programas radiofónicos llamados “cara al público” hacia los magacines televisivos, la gran publicidad destinada a un “target” de consumidores varones de clases media y media alta que los amparaba: la de coñacs, vinos, cervezas, automóviles, tabacos…
Bien es sabido que de esta lista que acabo de enunciar los coñacs,los vinos, los cigarrillos y los puros se han caído del cartel. Y las cerveceras se han vendido al capital foráneo. Y cuando una ancianita de buen ver que se pasa las mañanas cultivando tulipanes en su chalecito holandés o belga, ocupando su holgada existencia de poseedora de un taco de acciones de una cervecera española, contempla en Internet que a ese gatito negro tan revoltoso que los hispanos llaman toro le está taladrando en el lomo un agujero sangrante un fornido toreador subido en un caballo y se entera horrorizada que el patrocinio de aquella escena repugnante corre a cargo de la marca de la que ella es propietaria, lo normal es que active su móvil y ordene urgentemente a su agente de cambio y bolsa que se desprenda de los títulos.
Estoy convencido de que la mayoría de los toreros, ganaderos y empresarios desean fervientemente que se transmitan muchas corridas para que la ancianita de los tulipanes se entere de que el toro es una fiera que puede vencer a un tigre o a un león… que corresponde a una especie zootécnica que no existiría si no existieran las corridas y que puede salvar su vida si acredita su nobleza y su bravura y vivir el resto de sus días como único galán de las hembras más hermosas de su especie.
Mas para eso sería conveniente, en sustitución o apoyo de la maltrecha publicidad ,la implicación de los medios estatales, obstaculizados porque la Fiesta se llama “nacional” término que detestan seres tan carismáticos como Guardans, Carod Rovira y compañía… Que caben sobradamente en un coche de cuadrillas, pero que cultivando esa opción, por otro lado tan respetable, de la protección de los animales ante el maltrato, incordian todo lo que pueden, conscientes de su fuerza manteniendo con sus votos al Gobierno, para que en la Uno de Televisión hayan mandado a su casa a Fernández Román dejando la famélica información taurina actual en manos del más triste de los comentaristas de la casa.
Menos mal que queda Canal Sur y que, con los hermanos Romero, y sus equipos, hace todo lo que puede por situar el necesario contrapeso a esta insólita situación.
1 comentario:
Amen, Maestro, amen. En Canal Sur creo que sobra el torero comentarista, se le va "la pinza" de vez en cuando, sin embargo, "el hombre gesticulante" me gusta como retransmite y como explica en su programa y, efectivamente, Federico el triste, es de lo mas lamentable en cuanto a transmision de alegria delante de una camara, al igual que un colega con pelo largo y bigote que no recuerdo su nombre...como echamos de menos a Fernandez Roman. Saludos.
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