De tractores tengo necesidad de escribir hoy, pero no de los tractores que han sustituido en el campo las jornadas agotadoras de los braceros por paseos sobre la tierra arada disfrutando de aire acondicionado en la cabina. Los tractores de ahora son los que forman con el “de” anterior la palabra que define a estos ruidosos y ruines enemigos de los toros y del toreo que, oh casualidad de las casualidades, coinciden con los que no quieren ser españoles, aunque, eso sí, trinquen de lo que pagamos los hispanos todo lo que puedan y algo más si les dejan.
La postura de aquellos a los que no les gusta el toreo no es nueva.Deberían simplemente no sacar las entradas y no aparecer por los graderios de las plazas, pero, no.Quieren más, y adoptando la actitud facistoide de presionar a los demás con su propio capricho desean que se suspendan las corridas. Y, para ello, no las critican con estilo como un día hiciera Eugenio Noel abriendo un camino que siguieron otros, contestado sin demora con argumentos sólidos por los que se mostraban en desacuerdo, sino que, aprovechando, siempre aprovechando, las facilidades del régimen constitucional español que les permite disponer de Parlamento propio, aceptan un proyecto de ley que puede llevar a la prohibición de las corridas en toda Cataluña.
Queda, pues, la discusión y el debate parlamentario. O sea que se ha perdido una batalla pero no se ha sucumbido en la guerra.Pero vistas las cosas como están y atendiendo a la aritmética parlamentaria catalana, pocas esperanzas quedan de que la decisión de ayer no alcance el fin para el que la han propuesto.
Bueno ¿y qué?... Que habrá que esperar a que haya nuevas elecciones, distinto parlamento y un adecuado sentido cultural y empresarial que vuelva a sacar a flote lo que, quieran o no lo quieran los sectarios políticos catalanes, es un indiscutible bien cultural y un resistente motor económico: las corridas de toros.
Mientras tanto todo se irá en salvas oratorias. Y los argumentos incontrovertibles en defensa de la Fiesta estarán condenados al fracaso. En los mataderos los bovinos de carne seguirán sufriendo su muerte triste. En los cocederos de marisco introducirán vivos a langostinos y centollos en agua hirviendo hasta que mueran. En las ventas donde sirven caracoles se podrá contemplar cómo estos se agitan mientras expiran en la olla que calientan las brasas ardientes. Y los pollitos inocentes engordados con saña caminarán ciegos deslumbrados por luces de neón hasta que les corten el cuello.
Ninguno dispondrá de la oratoria de un Tardá o de un Carod Rovira. Pobrecillos.
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