martes, 4 de noviembre de 2008

Don Carlos.

Hoy tendrá que abrir huecos en su ocupada agenda.Y, a lo peor, como otras veces, se verá obligado a permanecer en el despacho hasta altas horas de la noche para acabar lo que no le dejaron por la mañana. Pero las horas matinales serán gozosas porque muchos sevillanos pasarán por la Plaza de la Virgen de los Reyes para llevarle sinceros deseos de felicidad.

Hoy es San Carlos Borromeo, el santo que también fue arzobispo y cardenal y Fray Carlos Amigo Vallejo celebra su onomástica.

Algunos lo habrán visto por última vez el domingo pasado con motivo de la misa que ofició a las nueve de la mañana en la Glorieta del Cristo de las Mieles del Cementerio. Otros desde que acudieron para darle el pésame por la muerte a los ochenta y cuatro años de edad de Juan, el mayor de sus ocho hermanos, sucedida a mediados del pasado mes. Muchos no dispondrán de otra noticia reciente de él que sus comentarios en la prensa acerca de esa trivialización de la muerte que se está produciendo en los últimos años por parte de los jóvenes con fiestas como Halloween o Noche de Brujas que proviene de la cultura céltica y se celebra principalmente en Estados Unidos en la noche del 31 de octubre. No importa.Para todos el reencuentro con el Cardenal será como continuar una conversación recién interrumpida.

Es evidente que don Carlos sabe estar y sabe y le gusta descender desde el podium de su jerarquía dignamente representada para mostrarse cercano y afectuoso en ese ejercicio continuado de la amistad a que tan dados son sus hermanos los hijos de San Francisco.

Lo he contado algunas veces. El año pasado, por este tiempo, yo acababa de poner el punto final al libro “¿El fin de las cofradías?” y, como en algunos capítulos me atrevo a penetrar en la teología, deseaba que alguien con autoridad clerical lo leyera y me diera el visto bueno antes de mandarlo a la imprenta. Un amigo cofrade me sugirió que el nombre de esa persona me lo podría facilitar el mismísimo cardenal arzobispo. Y, con esta petición, a través del hermano Pablo,
le envié el manojo de folios que me había servido la impresora.

El mismo día, Pablo me telefoneó pasadas las once de la noche. El señor Cardenal, me dijo, ha suspendido las visitas de la tarde, se ha encerrado en el despacho y ha leído el libro. Mañana nos vamos a una reunión a Roma. En la entrada dejo el sobre con unos folios que ha escrito después.

Está claro que me buscó con diligencia el nombre que yo necesitaba. El mismo.
En el sobre se encontraba el prólogo y una nota afectuosa escrita de su puño y letra.

Gracias, de nuevo, don Carlos. Y muchas felicidades.

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