Siempre que ocurre algo como lo que se ha vivido esta noche con las elecciones en los Estados Unidos lamento mi imperfecto inglés. Me entero de los rótulos que aparecen en sobreimpresión, pero me cuesta un horror traducir los discursos y los comentarios de los expertos a los que acuden las diferentes televisiones para colorear los acontecimientos y dotarlos de orientación y de sentido.
El inglés es el idioma del mundo. Creo que eso no lo duda nadie. Y a su lado se sitúa cada vez con mayor fuerza el español. Yo lo digo y lo escribo así, aunque nuestra Constitución lo llame castellano opinando como muchos filólogos andaluces que el castellano es la lengua de Castilla, así como el andaluz es la lengua que se habla en Andalucía.
Yes, we can. Sí, nosotros podemos. A ver cuando nosotros podemos volver a decir lo mismo. Volver he escrito porque ya lo hicimos una vez protagonizando un ejemplar testimonio de civilizada democracia cuando nos sacudimos el polvo de la dictadura para darnos una ley común. Claro que entonces aun no se habían atrevido a salir todos los mediocres politicastros que se afanan cada día en prostituir a la política como esos macarras y proxenetas que delictivamente prostituyen a sus novias para asegurarse un sueldo.
El primer negro en la Casa Blanca. Siento ir en contra.Me caía muy bien el otro. No por republicano, sino por ancianete de sonrisa amable, experiencia probada y pelo blanco sin acudir a los tintes para disimular su edad. Ha sido también un elegante perdedor con teatral y digna salida del escenario en el que penetraba arrollador su contrincante. Y además lo hacía llevándose a su lado a esa muchacha de rostro duro pero de cuerpo esplendido llamada Sara.
Se abre un capítulo nuevo. El imbécil de Chaves, el venezolano, creo que dijo el otro día”dígánle al negro, si gana, que cuando quiera que venga a verme”. No sé si su amigo hispano, el presidente Zapatero, incurrirá en otro lamentable error como el de quedarse sentado mientras desfilaba la bandera estadounidense que todavía estamos pagando.
Me siento en el ordenador para escribir estas vaguedades porque tengo sueño y tal vez se me hayan pegado irremisiblemente algunas de las que campanudamente afirman los sedicentes comentaristas políticos que se asoman a la pantalla, casi todos despeinados y sin corbata. Aunque supongo que bien pagados. Cayetana, nuestra siempre joven duquesa de Alba, lo sancionaría con un concluyente “qué falta de clase”. Yo lo remataría añadiendo: de clase y de aula. Universitaria, por supuesto.
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