Es alarmante comprobar la rapidez con la que caen en el insulto los miembros más jóvenes de las actuales generaciones. No ya los del gremio de los conductores recientes, hechos a pegarse como lapas a la trasera del vehículo que conducimos, sin respeto alguno a las distancias, y a imponernos su desprecio a las limitaciones de velocidad, hostigándonos desvergonzadamente para que corramos como ellos y haciéndonos toda clase de muecas ofensivas cuando nos adelantan, sino aquellos que pueden estar llamados a dar ejemplo de mesurada convivencia por el lugar que ocupan en las actuales estructuras sociales.
Es el caso de la presentadora de televisión y locutora de radio Julia Otero.
Julita que nos enseñaba unas bien torneadas piernas cuando se asomaba en la tele y que las cruzaba con tan estudiada coquetería que siempre daba la impresión de que iba a enseñar más de la cuenta sin que jamás sucediera tal cosa –comentario éste que, de llegar a sus oídos, tildará poco menos que de machista-
ha dicho el otro día cosas muy graves contra los aficionados a las corridas de toros en el curso de uno de sus programas radiados.
Yo no lo escuché, pero como el hecho ha saltado a la prensa, lo conozco a través de la versión que ha dado del mismo un lector de ABC. La señorita Otero nos tacha a los aficionados de personas repugnantes afirmando que “le cuesta creer que haya seres humanos, compatriotas nuestros, que abrazarán a sus hijos por las noches y los llevarán al colegio por las mañanas, que se diviertan con eso.”
A lo que, no contenta con lo expuesto, ha añadido como colofón que “Le da asco pensar en esa gente porque viven aquí al lado.Son compatriotas nuestros”.
Entré el otro día a telefonear en un bar porque, con esto de los fríos, como decía Pepe Isbert,me estaba telefoneando en los pantalones y atendí sin proponérmelo a la discusión entre el tabernero y el único cliente que se acodaba en el mostrador.Este, aficionado taurino, según colegí por sus palabras.El otro, contrarío a la fiesta. Hablaban de lo mismo.El contenido del alegato de la señorita Otero.Y, cuando, al parecer, el aficionado empezaba a retirarse a sus cuarteles, cansado o harto del empecinamiento de su oponente, echó una mirada al televisor y vio cómo en la Uno, en el programa España Directo, un cocinero explicaba cómo se hacían los cangrejos a la marinera precisando que había que echar a los animalitos vivos a la sartén para que se cocieran en el agua hirviendo.
La cámara seguía sus palabras y podía apreciarse en primer plano los saltos que pegaban los pobres crustáceos mientras iban muriendo poco a poco.
El taurino abortó su retirada y dijo a modo de comentario.
-- Lástima que esto no lo esté viendo la señorita Otero. ¡Qué mala suerte tienen los cangrejos!
Y la discusión se acabó.
Yo me acordé entonces de la anécdota de la rejoneadora peruana Conchita Cintrón que, después de defender la Fiesta Brava en una ocasión similar, ante la dueña del restaurante en el que había entrado para comer, hubo de responder a ésta si le apetecía un rico pollo enchilado, a lo que Conchita repuso sin dudarlo:
-- ¿Un pobre pollito indefenso que no sabemos lo que habrá sufrido mientras le retorcían el pescuezo?... ¡Qué crueldad! Cualquier otra cosa menos eso.
2 comentarios:
Olé, oportunidad y capacidad de recordar las anecdotas con gracia, se lo tomo prestado para mi blog
ambitotoros, un saludo.
Por supuesto. Y yo encantado y honrado con ello.
Un abrazo.
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